En su libro de memorias
Nieve en La Habana, el cual ganó el Premio Nacional del Libro en 2003, Carlos Eire narra su niñez en Cuba en la época del triunfo de la revolución y la llegada al poder de Fidel Castro. Esa historia termina en 1962, en el avión que lleva a Carlos y a su hermano desde La Habana a Miami para comenzar una nueva vida, como sucedió a miles de niños cubanos. Pasarían años antes de que Carlos volviera a ver a su madre. Y nunca más volvería a ver a su padre, por quien sentía una verdadera devoción.
Miami y Mis Mil Muertes sigue el cuento en el momento en que aquel avión aterriza y Carlos comienza una nueva vida impulsado por sus miedos y esperanzas. Enseguida se da cuenta de que para llegar a ser americano tendrá que “morir” el Carlos cubano que hasta ahora ha sido. Se enfrenta al eterno dilema del inmigrante que debe aprender inglés, ir a una escuela americana y descifrar un futuro incierto: está en el país de las oportunidades, pero aún no es capaz de aprovecharlas. A pesar de la dura realidad de los hogares adoptivos donde ha de vivir, el muchacho se abre paso, dejando atrás cualquier vestigio de su vida pasada hasta el punto de cambiar su nombre y convertirse en Charles.
Miami y Mis Mil Muertes es un exorcismo y una oda a esa experiencia, es un homenaje a la renovación, a los momentos de la vida en que tenemos la certeza de haber muerto y, de alguna manera milagrosa, haber vuelto a nacer.